sábado, 31 de enero de 2009

La primera vista


Hasta ahora no sabía qué poner.

Era tanto lo que esperaba del Caribe, que todo lo que veía aparentaba tan pequeño e insignificante que parecía no tener la suficiente importancia para ser descrito.

Afortunadamente, sólo lo parecía…

Siempre hay tesoros esperando a ser descubiertos, cuyo mapa sólo llega a nosotros después de aprender a leer y descifrar las señales que poco a poco recibimos.

El disfraz de civilización que lo cubre todo es afortunadamente holgado, y permite que entre sus pliegues se cuele ese Caribe del que tanto esperamos y que tanto cuesta conocer.

Señales.
Ni los cocoteros, ni las pieles oscuras, ni tan siquiera ese alisio tan amable que todo lo envuelve lo son. Son sutiles, tardan en ser recibidas. Y aún más difícil el interpretarlas. Antes hay que haber respirado viento, olores y colores. Viento que se llevará nuestras referencias para que nuevos olores y más brillantes colores puedan instalarse lentamente en nosotros. Y no es fácil; en algunas islas de por aquí tienen más de cien expresiones para describir al color verde…


La pancarta de los cocoteros...

En Martinica.

Aquí vi, de lejos y con prismáticos mientras llegábamos, los primeros cocoteros. Parecían la pancarta que una vez superada marca el fin del viaje y la llegada al paraíso.

Más tarde, Le Marin, llena de barcos, de recambios y de Europa consigue diluir aún más la lejana imagen que robamos a través de las lentes.

Y no está mal. De hecho, ya está muy bien. Enseguida conoces gente, bebes cerveza Lorraine (especialmente elaborada para los trópicos, nos anuncia la etiqueta), pruebas platos criollos y hasta ves un velero que te hace soñar con una nueva montura.

Pero todavía no. Aún no estamos preparados.

Quizás unos días fondeados en la postal de Ste. Anne ayuden. Serán la iglesia con su monte Calvario incluido, o el hotelito con terraza, Lorraine y wifi tocando el mar mientras el sol viaja al Pacífico…

No. Y de verdad que cada vez que respiro abro con fuerza mis pulmones!!!

Ste. Anne, la postal.

Más postal

Continuamos.

Santa Lucía.

Una pequeña sesión de Atlántico, alisios y olas, nos deposita en Pidgeon Island, Rodney Bay. Cuatro veces hemos de fondear, para convencer al ancla de que éste era el sitio y clavarse.

Aduanas, una hélice nueva para el fueraborda y un pequeño paseo fuera de la Marina son los recuerdos que pego en mi álbum. Y la lluvia. Los chubascos limpian aquí muchas más veces la cubierta…

"The barrel of beef"

Fort Rodney, el barril de ternera y los ridículos petardos del sucedáneo de navío pirata evocan la época en la que los turistas luchaban por la posesión de estas islas y sus riquezas. Los visitantes actuales nos conformamos con sol, una buena foto y con poder rascar un poco en la superficie de su carácter. A cambio dejamos nuestras riquezas y la posesión de las islas a los descendientes de aquellos que fueron esclavizados (pero a los que el dinero blanco todavía controla).

Sucedaneo de navío pirata (Da el pego!!!)


Marigot es su expresión perfecta.

La bahía donde el almirante inglés escondió su flota camuflando las vergas con hojas de cocotero, salvándola del francés, es ahora una mezcla de lujosas casas, maravillosos resorts, base de charter y punto de partida de una innumerable flota de vendedores “ambuflotantes” que dan significado a la palabra contraste.

"La primera casa..."

La bahía es sin duda preciosa. Un arrecife da salida a una frondosa vegetación que escala las laderas de las dos vertientes del canal. Un cartel de un terreno en venta y la primera de las casas nos ponen, no obstante, en nuestro sitio. Llegamos a la ensenada interior entre dos playas, una plantada de cocoteros y la otra de apartamentos. Una vez dentro, los manglares dan cobijo a oxidados derelictos amarrados a sus raíces, mientras poco a poco van ganando terreno al agua, ayudados por un lujoso restaurante construido con las más finas maderas tropicales, probablemente importadas. Como centro del conjunto, las boyas donde se amarran los veleros dan la pincelada final a esta obra maestra de sincretismo.


Playa plantada de cocoteros


Lujoso restaurante en el manglar


Sta. Claus llegó sin avisar.


No era nochebuena ni nevaba. Un rastafari a lomos del reno “ruinsurf” nos vendió entre miradas turbias nuestro primer racimo de plátanos. Después vinieron Melchor, Gaspar, Baltasar, el ratoncito Pérez…
Todos intentaban vendernos algo: fruta, artesanía, transfers, excursiones, aire…
Poco a poco aprendes a decir educadamente y sin remordimientos NO, sonriendo, mientras piensas que todavía hay mucho que aprender en y de la relación con ellos.

Y llegó.

Creo que fue la primera señal.

Sta. Claus volvía a su “base” con casi todos los plátanos que había traído mientras gritaba, a capella, una bonita canción de Reagge. Sentí algo. Todavía intento interpretarlo, pero recibí algo!!!

Pronto podré oler y mirar nuevas sensaciones!!!

2 comentarios:

Las mujeres del corro dijo...

que bé poder veure gràcies a la teva mirada! la enveja ja no m´hi cap!!!
He rebut també el teu missatge.
I m´agradaría parlar amb tú per intentar establir dates i treure bitllets d´avió no sé a ón ¿? per fer-vos la visita!!!
Seguiré llegint el vostre diari, veien les vostres fotografíes, i viatjant una mica amb vosaltres...
Petons per a tots tres!!!
Lourdes

Lourdes Serra Salomón dijo...

que bé poder veure gràcies a la teva mirada! la enveja ja no m´hi cap!!!
He rebut també el teu missatge.
I m´agradaría parlar amb tú per intentar establir dates i treure bitllets d´avió no sé a ón ¿? per fer-vos la visita!!!
Seguiré llegint el vostre diari, veien les vostres fotografíes, i viatjant una mica amb vosaltres...
Petons per a tots tres!!!
Lourdes